viernes, 17 de junio de 2011

LA TINTA QUE NO LLEGÓ AL RÍO

Imagínate lo siguiente: caminas, vez a dos grupos, por un lado gritan asesinos y por el otro terroristas. Te detienes, acercas el micrófono y le preguntas: ¿Qué piensas de lo que dicen al frente? Corres, esperas la réplica de los otros y así hasta que te canses o hasta que ellos se detengan. Tal vez piensas que eso no es lo correcto, que echar más leña al fuego no es la mejor manera de cubrir una noticia, pero no siempre importa eso. Yo me di cuenta sólo después que lo hice. Si la tinta que presenta este papel no fuera negra seguramente se hubiera vuelto roja. Felizmente la sangre no llegó a verse y por esa razón no tengo nada de qué reprocharme.
El cruce de la avenida Alfonso Ugarte con Paseo Colón era el lugar escogido. El cierre de campaña de la candidata por Fuerza 2011, Keiko Fujimori, lucía a las seis de la noche con más de tres mil personas. Un grupo de mujeres de distintas edades alcanzaban polos, stikers, banderas entre otros objetos de propaganda política. Una bandera llegó a mis manos sin yo pedirlo. Era anaranjada. Leíase en él: Keiko Presidente. La miré de reojo y con cierta timidez la flamié. Dirigí mi mirada al estrado. Una foto gigante presentaba a Keiko con los brazos extendidos como imitando a Cristo Redentor. El animador anunciaba la llegada de Los Hermanos Yaipen. Decidí caminar, sabía que dentro de poco no seria tan fácil desplazarse. Encontré a varios vendedores ofreciendo CDs con canciones alusivas a Keiko. “A tres soles nomas” me dijo aquel joven al observar en mi alguna curiosidad. Cuando le dije que solo quería ver el Cd, me lo quitó y se fue.
Dos ancianas bailaban al son de “Ojalá que te mueras…”. Las miré con asombro. Sus arrugas externas contrastaban notoriamente con su espíritu juvenil. Pensé entonces que no es  tan cierto que la política arroje de nosotros lo más sórdido. A veces, como en aquellas mujeres, la política nos permitiría relucir también lo más sublime que llevamos en nuestro ser.
Sin embargo, pensar que hay solo un tipo de militante, simpatizante o curioso tampoco es verdad. Las hay de aquellas con más de veinte chuzos en los brazos y tal vez uno que otro muertito en su haber. Los hay de aquellos que lloran ante un discurso (no sé si por emocionados o indignados por lo que nos podría pasar). Los hay borrachos que se tambalean de un lado a otro sin ninguna consideración. Esta la prensa nacional y extranjera ubicadas en ambos lados laterales de la plaza Bolognesi frente al estrado principal. Estábamos todos menos el personaje más importante: Keiko Sofía Fujimori.
Eva Ayllón y Dina Paucar nos cantaron después que se despidieron Los Hermanos Yaipén. Aquel baile de caderas que hicieron estos últimos motivó más de un grito entre las chicas y no tan chicas del público. A las nueve y media se anunció la llegada de la candidata presidencial. El preámbulo lo inició Máximo San Román y lo terminó Pedro Pablo Kuzsinsky. Diez minutos después Keiko Fujimori iniciaba su discurso agradeciendo a todos sus invitados, familiares, amigos y simpatizantes que llevaban más de tres horas en la plaza. Explicó sus programas sociales “Mi primera chamba”, “Lucha contra la pobreza”, “Calle segura” entre otros anuncios de su plan. No obstante, a medida que ella hablaba la gente empezó a retirarse del lugar. Pensé que esto era consecuencia de un mal trabajo logístico. Tal vez sí. Tenía preguntas: ¿A quién se le ocurrió hacer el mitin final a menos de un kilómetro donde su  contendor Ollanta Humala también lo hacía? ¿Por qué se demoró mucho en salir Keiko al escenario? ¿Esperaban que apenas terminé el mitin de Ollanta esas personas se pasarían al de Keiko? Como sea, lo cierto fue que no se aprovechó el clímax de la concurrencia. Consideré que la noticia terminaría con el discurso de Keiko pero me equivoqué.
Cerca al cruce de la avenida Wilson y Colón más de treinta personas esperaban con pancartas a la mano a los simpatizantes de Keiko. Eran la gente que apoyaba a Humala. “Ollanta ya ganó” “Keiko sí, Ollanta no” se escuchó por todos lados. La consigna era quién gritaba mas ganaba. Me acerqué a preguntar a uno de los humalistas… “¿Si sabías que el mitin de Keiko era acá porque pasaron por aquí?... Simplemente porque deseamos manifestar nuestro descontento pues, mucho ratero… Si, pero ¿no cree que eso es provocarlos?... De repente tú no te acuerdas la época en que han robado… No señor, yo si me acuerdo…Quieren regresar los rateros me tengo que indignar como cualquier ciudadano”. Fui a preguntarte a una keiquista: ¿Qué piensas de lo que dicen allá al frente? ¿Que les puedes decir?... Lo que buscan es solamente el conflicto, nosotros no, nosotros queremos la reconciliación…” En ambos lados las reacciones eran conflictivas. Las manos alzadas mostrando el dedo medio, los dos índices levantados a la misma altura y al mismo vaivén. En el centro de los dos grupos estaba la policía intentando evitar la desgracia. Entre ellos yo que me olvidé del equilibrio y me lancé al azuzamiento, tal vez no consciente pero si peligroso. Felizmente para mí y para todos ahí no llego a más. Pues no hubiera podido escribir esta crónica y menos deleitarme redactándola. (ERICK SANCHEZ NORIEGA)

jueves, 16 de junio de 2011

Fusión musical

El último viernes sentí que era niño de nuevo.  En un espacio donde había vendedores de anticuchos , sándwiches de pollo e incluso pastel de choclo; observé a una señora de baja estatura y con cabello canoso, quien con un pequeño palo, apoyado en su hombro, vendía ese producto que años  atrás comía en cada salida con mi madre. Colgado en una bolsa transparente y de color rosado, el algodón dulce me produjo muchos recuerdos. Lo compré, lo comí y  recordé que estaba en un lugar atípico para vender dicho producto: La Plaza San Martín.
Eran las siete de la noche. Jóvenes, niños y adultos llegaban poco a poco.  Pero ¿qué de nuevo presentaba la Plaza? En un lado se había colocado un escenario donde músicos se preparaban para tocar. En la parte inferior la multitud aumentaba con el transcurrir de los minutos.  Era evidente que un espectáculo artístico estaba a punto de iniciar y los ambulantes no perdieron la oportunidad de vender sus productos.
La música empezó a escucharse y con ella el trasfondo de este concierto. Volantes de un candidato presidencial llegaron a mis manos. Les di una ojeada rápida, los guardé en mi bolsillo y continué caminando por los alrededores de la plaza.  En una esquina, una mujer con polo blanco regalaba pulseras de tela con el logo de Gana Perú. Banderas del mismo color y personas a la espera de la llegada de Ollanta Humala.
El espectáculo lo abrió un personaje vestido de negro con una máscara blanca. Aludía a una representación de la muerte. El tumulto hizo un pequeño silencio cuando empezó a recitar un poema, el cual manifestaba su posición frente a un cambio que llegará, si es que el candidato nacionalista asume el poder.
Luego de esta pequeña declamación, el público aplaudió de manera efusiva. La fiesta iniciaba y el rostro del personaje fue develado. Detrás de la máscara blanca se encontraba el actor Jean Pierre Vismara quien continuó su presentación con el tema de campaña de Gana Perú.
Mientras la primera presentación culminaba, los asistentes degustaban las diversas alternativas que se ofertaron. Al algodón dulce se le sumaron las manzanas acarameladas y los cigarros para controlar el frío.
En un momento inesperado una voz salió a través de los parlantes. Un nuevo ritmo hizo su aparición. Un treintañero con lentes negros y ropa de diario, subió al escenario. El rock  de Rafo Raez dijo presente y puso de pie a los más jóvenes, quienes se movilizaron hasta el Centro de Lima para manifestar su apoyo a Humala.
El público se encontraba emocionado y tras un breve receso luego de la presentación de Raez fue el turno de Manuelcha Prado quién generó  admiración en los espectadores por los temas que tocó y por la genialidad que mostró en la guitarra. Prado cantó en contra de la dictadura.
El reloj bordeaba las nueve de la noche y fue el turno de escuchar a uno de los grupos de fusión que asistirían al evento. Llegó el turno de Delpueblo Delbarrio quienes hicieron saltar y bailar a la multitud.
Pasado quince minutos una camioneta negra, con seguridad a los costados, se estacionó debajo del escenario. Me acerqué y noté que los  agentes de seguridad pedían a los curiosos que se alejaran para dejar campo libre antes de la subida de Ollanta.
A las nueve y quince la alegría transmitida por Delpueblo Delbarrio se detuvo por un breve momento, antes que el personaje más esperado de la noche subiera al escenario. El hombre en mención no era nadie más que Ollanta Humala. Fue recibido con gran ovación del público presente. Se dedicó a no explotar el lado político de su visita y sólo atinó a saludar a los asistentes y en especial los jóvenes que lo han apoyado hasta la fecha.
Transcurrido unos minutos, Humala regresó a su camioneta. Acompañado de su seguridad personal se retiró rumbo al sur de Lima. Su esposa Nadine, siempre con una sonrisa en su rostro, lo acompañó en todo momento. El auto marchó y la pareja se alejó con la euforia de los asistentes.
Muchos de los asistentes se retiraron, entre los que me incluyo, con la aceptación de haber presenciado un espectáculo distinto a lo que muchas veces ofrece la política. Sus detalles hicieron que el último viernes sintiera que era niño de nuevo. (ARAMIS CASTRO RAMOS)

El debate está en la calle


El debate está en la calle. Y a pesar de que la mayoría de personas son simpatizantes de Ollanta aparece, por ahí, más  de un partidario de Keiko, pero después de algunos minutos se retiran vociferando “chavista”, “terrorista”, ya que ni bien empiezan a defender a Fujimori y a Keikolos humalistaslos rodean. No falta un “lárgate”o un “fuera fujimorista”.
A pocas horas de la llegada del candidato nacionalista, personas en grupos de 15 o 20,  exponen sus ideas alrededor de la Plaza San Martín. Todos parecen tener la razón. Un varón de aproximadamente 40 años reúne alrededor suyo a gran cantidad de personas que lo escuchan con atención. Si no fuese por sus frases tan bien estructuradas  y sus temas tan bien sustentados, al menos eso creo, pensaría que es uno de esos tantos cómicos ambulantes que existieron hace algunos años, por su gran parecido físico con ellos: delgados, de pómulos muy sobresalientes y el pelo lacio casi sin peinar. Habla de la política neoliberal, del sistema político de Alan y de la derecha. Lo curioso; no ha mencionado  a Ollanta, para nada. Y me pregunto, ¿Si así de imparciales fuesen los medios de comunicación?. De pronto, ya casi finalizando su larga exposición, saca de su mochila unas hojas engrampadas, algunas hasta anilladas. Me acerco a ver de qué se trata. Hay de todo. Plan de gobierno de Ollanta Humala, el pasado fujimorista desde el 90 hasta la actualidad, otras ediciones dicen ser especiales: Barrios Altos y La Cantuta; medios comprados y aparece, grande, la foto de Bayly. Mientras leo las portadas pasa por mi mente la idea de que a estas alturas, a pocos días de las elecciones, todos toman partido por alguien.
Es viernes 27 de mayo, exactamente 7:30 de la noche y así está la Plaza San Martín. Unos llegan, otros se van. Algunos están de paso. Por ahí un mago pero que dice no ser mago; sin embargo logra realizar cosas increíbles. Dos o tres vendedores ambulantes de chifa hacen de la suya. Y decenas de carteles que más que mostrar el apoyo a Humala, muestran el repudio al fujimorismo. La frase: el fujimonte “cinismo”, arranca a más de uno una sonrisa. El escenario del evento “Concierto por la gran transformación” parece estar lista para recibir a los cantantes. Si no fuese por los comerciales y el color rojo humalista que se proyecta en las enormes pantallas situadas al lado del escenario, pensaría que hoy vuelve a presentarse en Lima, pero esta vez en la Plaza San Martín, el mítico Pool McCartney, sobre todo por el gran despliegue técnico y la gran cantidad de personas que han llegado a la Plaza.
Mientras hace su ingreso un grupo de bailarines de saya acompañado por dos bandas de músico y un grupo de Zikuris, comienza el concierto nacionalista. Los cajoneros del Perú muestran sus destrezas con las manos. De rato en rato el público arenga y muestra su rechazo a Keiko.  La euforia crece cuando hace su presencia Manuelcha Prado, entre cantos en quechua y castellano, acompañado solo por una guitarra, hace brotar a más sus recuerdos de su vida en la sierra, en provincia. En fin, todo un verdadero peruano fiel a sus costumbres, que por su físico se parece al San Pedro cristiano y que tiene la convicción de no abrir las puertas a Keiko, ni dejarle  tocar el cielo con las manos.
Y de pronto, casi sin previo aviso, sube al escenario el líder nacionalista exactamente 9: 15 de la noche. La gente grita, arenga; la banda toca; los artistas bailan, otros cantan al lado de Ollanta Humala, su esposa Nadine Heredia y sus dos pequeñas hijas. El escenario se llena de partidarios y periodistas tan rápido como la aparición de la familia Humala Heredia. Él, como siempre, con la camisa celeste que siempre lleva puesto y ella vestida con jean y chompa como la gran mayoría de mujeres limeñas. Las niñas de igual forma. Una familia típica de la capital.
No logro ver con claridad, así que a empujones trato de avanzar para tener de cerca y captar las expresiones del candidato. La gente maravillada con Ollanta no siente ni empujones, ni nada. En estos casos compruebo que el periodista no solo debe tener fuerza de voluntad, sino también fuerza física.
Toda una fiesta del pueblo. Ni bien acaba de pronunciar la frase “Esta noche es mágica” la gente explota en arengas y gritos. Y ahí va de nuevo: “Los jóvenes son la esperanza del Perú”, en alusión a la multitudinaria presencia. La frase ¿Democracia o dictadura? Enciende, una vez más, al público ollantista que esperó largas horas para ver a su líder. Otro bailecito más de la familia Humala al ritmo de una canción poco conocida, pero con letras más que sugerentes. La fiesta roja y blanca, ahora, no representa a la bandera, sino a los colores símbolo de la campaña de Gana Perú.
Toda frase del comandante parece dirigida a ese público que hoy no está aquí. Aunque, por ahí, camuflado, pueden estar varios de ellos o hasta incluso fujimoristas, ya que más de uno permanece casi estático; no gritan, no hablan y solo observan. Bueno, total aún están indecisos, y no tendrían por qué demostrar algo que no sienten.
No hace ni media hora que Ollanta llegó y ya tiene que retirarse. Los periodistas son los primeros en darle la despedida sin antes obtener la información que necesitan para levantar su nota, mañana. Unos para encontrar con qué atacarlo y otros para ver con qué frase mostrarle su apoyo. Se va Ollanta y con ellos casi todos los periodistas; total esto sin Humala no da rating.
Pero el concierto continúa y se quedan los humalistas y con ellos los indecisos.  Hasta el General San Martín parece no decidirse; y aunque no le da la espalda al escenario en el que estaba Humala, tampoco le da la cara. Prefiere seguir mirando al jirón Tacna como si quisiera emprender la huida cansado por los mítines, marchas y protestas del que siempre es testigo. El libertador se siente ahora prisionero de la política peruana, aunque ya no intervenga desde casi 200 años. (Freddy Melo Pomacaja)



miércoles, 15 de junio de 2011

EL ANTIGUO DEPORTE LLAMADO POLÍTICA

Nada se parece más a un mitin que un clásico de fútbol. En él las barras bravas también existen, las banderolas, las caras pintadas, el comercio ambulatorio, el bombo, los cánticos, las agresiones físicas y verbales. Un equipo encabezado por un carismático capitán y un equipo contrario al cual odiar y despotricar. Y es que en el Perú, el sentimiento político es tan o más fuerte que la pasión por el fútbol aunque no lo querramos admitir.

         ¡Urgente, urgente, Ollanta presidente! ¡Sí se puede! ¡Sí se puede! ¡Aquí, allá el miedo se acabó! Esas fueron las voces que se escucharon aquel viernes en los cuatro extremos de la plaza San Martín. Los organizadores no lo llamaban precisamente como un mitin, aunque lo era, sino  una fiesta de grupos de pintores, cantantes, bailarines y unos que otros entusiastas oradores que calentaban la tribuna con las previas discusiones acerca del Estado, el empleo, la salud y la economía. Todos ellos unidos con una sola consigna: hablar, escuchar, amar y defender las propuestas del candidato presidencial de Gana Perú, Ollanta Humala.

         Nunca asistí a un mitin. Pensé que las seis de la noche era una hora prudencial para iniciar mi trabajo. La plaza estaba llena en sus dos terceras partes. Aproximadamente cuatro mil a cinco mil personas. Me acerqué a lo primero que vi. Un grupo de cuatro hombres de avanzada edad discutían si vendría o no el candidato a la presidencia. “Si viene, tiene que venir…”. Uno de ellos me explicó lo importante que era votar por el comandante. “No queremos al chino devuelta en palacio. ¿Tú crees que va ser su hija quien nos gobierne? Hay que ser muy ingenuos para pensar así”. El rostro se le transformaba, sus ademanes eran más eufóricos a medida que su voz se hacia más grande y bulliciosa. De los cinco que escuchábamos poco a poco se acercaron más personas por natural curiosidad. Intenté salir de allí sin desairar al orador. Tenía para rato. Cuando por fin tomó aire para retomar el discurso le ofrecí las gracias y me fui.

         Me acerqué al estrado. Medía más de ocho metros de alto y treinta de largo. Los instrumentos musicales estaban colgados estratégicamente. La batería, el piano, y las trompetas en la parte trasera de la tarima y los micrófonos, guitarras y bongos en la parte posterior. El primer grupo en tocar fue de música criolla. La algarabía comenzó a expandirse cada vez más. A partir de las ocho de la noche la plaza parecía lucir en su máxima capacidad de aforo. Yo calculé más de siete mil a ocho mil personas. Cuando terminó el show criollo apareció en escena un grupo de rock: Rafo Raez y Los paranoias. Tocaron cuatro temas de los cuales ninguno conocía pero aun así las estimé. Subió a la tarima Manuelcha Prado, un sujeto de cabellos largos y barba profusa, vestido con su traje típico ayacuchano y una guitarra chillona que pronto empezó a sonar. Su primera tonada encendió la emoción del público. Quise mantenerme neutral. Ser inmune al acervo popular. No pude. Recordé a Sigmund Freud cuando sostenía que el ser humano no siempre se comporta igual como individuo que como parte de una colectividad. Cuando menos lo pensé las manos ya las tenia arriba. Intenté tranquilizarme. Escuché los versos de Manuelcha que decían así: “La tele basura se mete a mi casa sin ser invitada”. Se avivó aun más el griterío y todos a una sola voz vociferaban: ¡PRENSA BASURA! ¡PRENSA BASURA! ¡PRENSA BASURA! Grité sin pudor alguno aquel lema que luego me devolvería a la realidad. Continuó sus versos pero esta vez en voz quechua. No entendía nada pero aun así me gustó.

         A las nueve de la noche anunciaron la llegada de Ollanta.  Subió a la tarima entre los aplausos, con una sonrisa infinita y una camisa tan blanca como una bandera de paz. “Esta fiesta es de ustedes los jóvenes y a ustedes debe ir el agradecimiento”. Fueron solo unos minutos los que habló Ollanta. Luego de arengar por el nacionalismo y la justicia social se dejo tomar fotos por un séquito de fotógrafos y camarógrafos que pugnaban por registrar el mejor ángulo posible. Llamo a su esposa e hijas y junto con ellas y otros invitados improvisaron un trencito al ritmo de una canción andina. En la tarima la felicidad era total. Con la melodía de fondo y con una señal de victoria el candidato nacionalista se despidió de los asistentes.

         Al dar por terminada su participación de Ollanta en el evento, la mayoría de los simpatizantes de Gana Perú decidieron abandonar la plaza San Martín. Fue un efecto inmediato. Como en un clásico Universitario de Deportes - Alianza Lima ya con los equipos en los camerinos a las barras sólo les queda dejar el local.  (Erick Maycor Sánchez Noriega)

domingo, 12 de junio de 2011

LIMA: UN ANTES Y UN DESPUÉS

Desde la puerta de la Villarreal, se contempla la avenida Colmena sin amor: colectivos escandalosos, edificios viejos y mal pintados, paredes regadas de orines y volanteros en cada esquina ¿En que momento se había jodido la avenida Colmena? Pienso y escribo parafraseando al Nobel Vargas Llosa en su obra Conversación en la Catedral.

Setenta años atrás la  gente apresuraba el paso para apreciar la función del día en Le Paris, ir a tomar el té en el hotel Crillon, dejar a sus hijos en el colegio Inmaculada, o simplemente caminarpor Colmena, era una obligación casi diaria para todo aquel que se considerara un aristócrata de garbo y etiqueta.

Hoy, Jacinto llama las personas para que suban al colectivo hacia el Callao, Tamara se muestra asolapadamente tratando de encontrar clientes, Juanito vende el desayuno a los apurados y trasnochados. Ernesto, el serenazgo, intenta botar a los últimos borrachos que están tirados en la  esquina y Williams agiliza su caminar para  llegar a su universidad -la Villarreal-, premunido de su mochila y sus tres soles en el bolsillo.

Las personas cambian y las avenidas también. Sus personajes, se transforman, se modifican; sus construcciones, envejecen y en su lugar se construyen otras más modernas, pero su encanto melancólico se mantiene.

Lo que antes era el cinema más exclusivo, hoy es  un cine porno donde se exhiben las más afiebradas posiciones eróticas. Lo que antes  era una casa señorial,  ahora es un burdel barato y peligroso. Lo que antes fue un bar de intelectuales renombrados, hoy es una cantina  de dipsomanos austeros. Lo que antes fue un aristócrata colegio de jesuitas, hoy es una universidad pública. 

Lo que antes intento ser un boulevard donde la modernidad y la elegancia, caminaran de la mano, hoy  es una avenida histórica y convulsionada, escenario de huelgas y manifestaciones, de robos y griteríos. Una avenida por cuyas veredas, caminan oficinistas, obreros, ambulantes, catedráticos y estudiantes. Todos bajo el cielo grisáceo de Lima, que de tanto en tanto nos recuerda, como dice el dicho,  que todo tiempo pasado fue mejor.  (Joel Peralta Gallardo)

LAS CLASES NOCTURNAS

Tráfico vehicular, ambulantes invadiendo pistas, codeándose con los policías de tránsito. Una avenida en movimiento de día y de noche. Estudiantes y prostitutas se cruzan en la avenida colmena. Una calle antes de llegar a la universidad, veo a la señora del emoliente llevar su carreta, la faena ya terminó para ella; para mí recién empieza.
A pasar el jirón Chancay desde lo alto veo a la virgen que me saluda, me recibe y hace saber que estoy en mi universidad. Estudiantes salen y entran carnet en mano. Yo no la necesito el portero es un amigo más.
Al cruzar la puerta puedo apreciar la esfinge de Haya De La Torre. Camino hacia  el patio central y veo a mis compañeros universitarios sentados en las bancas, en el césped algo crecido por falta de mantenimiento. En el teléfono una pareja de universitarios discutiendo, al lado de ellos un gato buscando algo que comer.
En los balcones miro a los estudiantes disfrutando de un receso.  Algo contrario sucede al frente de ellos, chicas esperan afuera de la puerta. Llevan consigo mochilas en mano, lo que me hace creer que llegaron tarde. Su desesperación me hace dudar, no solo llegaron tarde a una clase, posiblemente  a un examen parcial.
En el patio de la escuela de sociales, mas gatos hacen su aparición, la señora de la limpieza los alimenta, y algunos estudiantes les toman fotos.  El comedor luce vacío no es la hora del almuerzo, ni siquiera se puede ver el cartel del menú.
En el otro patio personal de limpieza se encargan de borrar lo que fue una pinta hecha a plumón. El calor electoral muchas veces contagia a los estudiantes y las paredes pagan los platos rotos. Camino hacia la puerta abro la mochila para mostrar mi honestidad para con la universidad y salgo a la calle. (Hans Mamani Melendrez

VILLAREAL DE NOCHE

Y me encontré en la avenida Nicolás de Piérola, conocida también como La Colmena es una arteria que alberga entre sus calles al histórico Hotel Bolívar y a la Universidad Nacional Federico Villarreal. Fachadas que se desmoronan por la humedad, prostitutas que transitan con diminutas prendas, lustrabotas, emolienteros, volanteros, en esta Lima  que se jodió desde mucho antes que el APRA o el Fujimorismo llegara y, ahora  nosotros los jóvenes luchamos por sacar al Perú adelante, ya los viejos se fueron a la tumba.

Una puerta de metal sin ventanas es el la entrada, mi carnet, el pasaporte para el micro y mi ticket para el ingreso. Después de dar los primeros pasos, De la Torre, sobre su estrella, contempla los rostros de profesores y alumnos que se dirigen hacia las aulas. Ahora levanto los ojos y compruebo que es una noche en vano, sin estrellas.

Ya ha transcurrido más de media hora sin que ningún maestro se manifieste y me invade cierto temor, pero no estoy furioso. Todo lo contrario, estoy bien. Tengo un semblante y noto que me siento espléndido, respirando todo ese cielo que no se puede ver, viendo todos esos rostros a mi alrededor, ansiosos de salir a fumar, bailar, jironear, beber, etc, qué más da, es viernes.

Un tipo alto, de lentes negros y cabello crespo, se paró delante de la clase y con un ademán, invitó a todos a retirarse. “El profesor me ha llamado, no va a venir, podéis ir en paz”, replicó mientras todos ya se encontraban fuera. Al salir de Villarreal observo que  el panorama cambia abruptamente y se llenan de otros personajes -travestís y meretrices- que, con atrevimiento y lujuria, se colocan estratégicamente a la espera de algún nostálgico cliente. A esto se suma los nights club que abren sus puertas a esas horas hasta los primeros bríos del día siguiente.

A una cuadra de mi paradero junto a muchos locales nocturnos a lo largo de la avenida La Colmena “El laberinto” y “El Tabaris”, se encuentran a escasa distancia de la Universidad. Cada uno de ellos se llena de luces de neón azules y son promocionados por los conocidos "jaladores". Impresentables personajes que ofrecen a voces el show de "mujeres sensuales", de "charapitas golosas y ardientes", y todo al costo de un nuevo sol. "A un sol la barra, a un sol la barra", "Dos funciones por un sol, no te arrepentirás", vociferan.

Preciso como se dibujan lucecitas que avanzan despaciosas, saltarinas, me acomodo la camisa, me peino un poco para no dar mala impresión y siento que el hambre aprieta. Consulto la noche de una ojeada. Se consuma el albur de todas las noches cuando dispongo partir, pues soy un fugitivo típico, un descarado nocturno, tal vez descubra algún día que nada importa un carajo y, sé que todo pierde su encanto cuando sucede. Línea 38 hacia mi casa, me espera media hora parado en este autobús. (Michael Machacuay Baquerizo).

OASIS

Una virgen te da la bienvenida. Y no es para menos, sus verdes jardines, las paredes pintadas con entusiasmo y alegría juvenil, los corredores llenos de risas, la pulcritud del lugar, un ambiente acogedor contrastado con un intenso cielo da la impresión de tener en frente un oasis. Pero un oasis en medio de una Lima cada vez más desgastada y sucia, donde todos corren y nadie conoce a nadie.

La sede central de la Universidad Nacional Federico Villarreal (UNFV) es uno de los lugares más acogedores que conozco y aunque su función no es precisamente relajar ni entretener. La primera vez que entré a rendir mi examen de admisión toda la tensión desapareció, el canto de los pájaros y el rítmico movimiento de las hojas al viento generaron en mi mucha tranquilidad.
No ingresé. Pero a partir de ese día sabía que al llegar a dicho lugar, luego de recorrer un bosque de cemento como es el centro de Lima, me esperaría la serenidad y el entusiasmo.
Pasaron cuatro años y el anexo 10 sigue tal cual, como si los años no pasaran por él. Quizá la infraestructura no sea la mejor y las deficiencias tecnológicas, académicas y administrativas se agudicen por momentos y por otros se repongan, pero ese no es un impedimento para que la alegría de la naturaleza se imponga y continúe ambientando el lugar.
Al parecer el alma juvenil nunca abandonó esta casa de estudios que año tras año recibe a cientos de jóvenes quienes ven en esta universidad uno de los caminos para salir adelante. Hace 80 años el anexo 10 de la UNFV cobijó al colegio de padres jesuitas “La Inmaculada” donde se educaba la crema y nata de la sociedad limeña de ese entonces. (Liz Huillca Llamocca)

UN DÍA EN LA VILLA

Un puesto de chanfainita a dos soles, una carretilla blanca que vende jugo de naranja y el frío que se intensifica por la humedad limeña, conduce al transeúnte por la avenida Colmena. En su tercera cuadra, y, junto a una iglesia de la orden de los jesuitas, se ubica la muchas veces maltratada pero también querida Universidad Nacional Federico Villareal.
En los escalones de ingreso, vendedores ambulantes ofrecen exámenes de admisión de años anteriores. La multitud estudiantil, muchas veces con el tiempo en contra, muestra su carnet universitario a los vigilantes -comúnmente llamados “guachimanes”- y obtienen acceso a su casa de estudios.
En el interior del local central el primer objeto que salta a la vista es un busto del líder aprista Víctor Raúl Haya de La Torre con un pequeño cerco de metal, colocado a su alrededor. Muchos de los alumnos desconoces al personaje en mención pero otro grupo lo considera en su ideología política.
Hace un par de años este pequeño espacio fue utilizado para una ceremonia aprista donde asistió el Presidente de la República, Alán García Pérez, fecha en la que los “compañeros” de la “Villa” no dudaron en faltar.
Si se camina hacia el lado izquierdo del busto se llega a un pequeño jardín, decorado en su parte central, por una réplica de Lanzón Monolítico utilizado por los alumnos para reuniones o culminaciones de trabajos.
En uno de estos grupos de jóvenes, tres muchachas escriben con plumones sobre un papelógrafo. Se les nota apuradas y tensionadas con miradas que comunican la urgencia que tienen por culminar el trabajo. La más pequeña observa su celular y comenta que sólo quedan 15 minutos para presentar y exponer el papelógrafo. Se levantan y se dirigen al final de un pasadizo que las conduce a otro ambiente de la universidad.
A escasos metros del jardín descrito, se ubican los pabellones donde los alumnos de facultades como Humanidades, Educación, Derecho o Ciencias Sociales estudian día a día. Estos ambientes están pintados de amarillo y naranja. En su fachada están las letras que los identifican. Estas pueden ser A, B, C o D; dependiendo del pabellón al que se quiera dirigir.
Un gran cuadrilátero, como el del dibujo japonés Dragon Ball (utilizado como ring en un torneo de artes marciales), se encuentra en el medio del patio central. Este espacio es usado como punto de encuentro de los estudiantes para que puedan conversar y, muchas veces, descansar luego de un día de trabajos y estudios.
Los jóvenes se alejan y el cuadrilátero queda vacío. Las clases de diferentes cursos han iniciado, algunos alumnos sacan copia de alguna separata o imprimen sus trabajos y otros, como este redactor, van a su aula para narrar como fue otro día en la “Villa”. (ARAMIS CASTRO RAMOS)

ESTOY EN LA VILLARELAX

Dos años y medio de estudios en esta universidad no pueden describir quizá, todo lo que sus paredes han visto transcurrir en más de 50 años. Desde escolares aristócratas hasta universitarios de todas las clases. Desde maestros ortodoxos hasta catedráticos de mente abierta. Así de simple, por complejo que parezca, es “la Villarreal”.  
La única universidad en el corazón de Lima, no es tan difícil de encontrar. La avenida Colmena que la vio nacer, alberga desde ambulantes hasta vendedoras y vendedores del placer al paso. Bares y antros para todos los gustos. Incluso para los más creyentes, la Parroquia Santo Toribio, más conocida como La Inmaculada, está a su costado.
De día parece tranquilo, pero no  hay que confiarse. A unas cuadras está la Plaza Dos de Mayo y las marchas o movilizaciones son pan de cada día. Es el centro de todo y todos. Hay más riqueza informativa que en cualquier otro lugar. ¿Dónde puedes ver convivir a prostitutas con comerciantes a la luz del día? ¿Dónde a trabajadores ambulantes y estacionamientos de colectivos con bares de a sol? ¿Dónde a travestis de todos los colores un lunes por la mañana caminando a las puertas de la universidad? Sólo en los alrededores de “la Villa”.
Fotocopias por doquier, el negocio más rentable, a decir verdad; todos quieren alguna y por más barato que parezca la ganancia es cuantiosa. ¿Alguien se ha detenido a sacar cuentas? Yo sí, vivo mi vida calculando precios, ingresos y egresos. No soy un genio en las matemáticas pero si me dispuse a sacar cuentas sobre ello y me llevé una grandiosa sorpresa. Ese 0.03 céntimos por insignificante que aparente se convierte en cientos de soles al día.
Yo la llamaría la universidad del rojo-marrón. Casi todos sus ambientes hacen juego con esta combinación de color. Su fachada, sus puertas, sus paredes, todo combina perfectamente con el blanco; con el paso de los años echo crema o el marrón que ahora luce naranja.
Quizá sea la única, no lo sé, pero estoy segura, que no hay otra universidad que conserve aún el estilo barroco de la vieja Lima. Tan vieja es, que mantiene los pabellones de largos pasadizos con barandas de madera o metal labrado que parecen desfallecer ante el choque de las manos. Aulas de techos tan altos como de más de tres de metros que minimizan hasta el más de la clase, ni que decir de los bajos de estatura como yo. Que no puedo evitar sentir escalofríos cada vez que cruzo sus pasadizos.
Nos tachan de apristas. Y a quién no le ha pasado. Te preguntan dónde estudias, les respondes Villarreal y te dicen, “ah! apristas” y no hay cura para ello. Aunque no todos piensen igual. Lo único cierto es que el busto dorado que resalta en medio de la entrada principal de la universidad es más que delator. Víctor Raúl Haya de la Torre, es la identificación.
El que llega temprano está “ganado”. Te cruzas con estudiantes ansiosos, apurados y preocupados por entrar lo más antes posible. Nadie quiere llegar tarde. El vigilante que en pocas ocasiones son dos, curiosamente incrementan la angustia, al solicitar en la entrada el carnet universitario y a más de uno le ha pasado, que por apurado no se ha percatado  del piso recién encerado y ha caído al suelo. Y sí que duele. Las mujeres son las más afectadas, nunca falta un ¡cuidado! Debería haber un letrero que diga, piso encerado, no llevar tacones o no correr. En fin a todos nos pasa.
¿Quién no recuerda su primer día en “la villa”? Yo sí y perfectamente, y lo tendré siempre presente. Desorientados, perdidos, nerviosos, impacientes, tímidos, en fin, ahora “cancheros”, orgullosos, contentos, seguros, menos impacientes, pero cada vez más modernos en todos los sentidos. Porque también la universidad es una pasarela, desde maestros y personal administrativo hasta los propios estudiantes. Todos tienen un estilo, un look, algunos más rebeldes, otros un poco más atrevidos, no faltan los cándidos, los deportistas, y también los formales.
No cabe duda que cuando el grupo ochentero de Río cantaba “estar en la universidad es una cosa de locos” el que menos se siente identificado. Y cuando los No Recomendable le canta a la “villarelax” - porque sí, Villarreal tiene una canción – gran parte de lo que dice la letra no se aleja de la realidad: “…Porque estoy en villarelax, en Villareal; en una vil realidad”. (Raquel Tineo Ramos)

EL PRECIO DE SER ESTUDIANTE VILLARREALINO

Por la avenida Colmena se camina una larga cuadra desde el paradero de buses, hacia la vieja casa de la Universidad Federico Villarreal. En el trayecto uno preferiría caminar con los ojos cerrados, pero es imposible dejar de percibir parte de la caótica avenida. Los travestis vestidos con escotadas blusas, minifaldas y tacones, se confunden entre las prostitutas, todas ellas vigiladas bajo la atenta mirada de los serenazgos. Los jaladores con inacabable garganta, llaman a los pasajeros a viva voz, para que el colectivo se vaya de una vez y reciban su propina salvadora que les asegure el desayuno. Es común ver a estudiantes preocupados correr, quizá porque se les hace tarde llegar a clase, o quizá también porque les robaron la billetera.
Una vez llegada a la puerta, dos vigilantes, bien uniformados, se encargan de la seguridad. Uno de ellos pide la identificación respectiva a cada estudiante, mientras que el otro revisa las mochilas a los que se encuentran de salida. A penas logras entrar, te recibe una pequeña gruta donde se encuentra la Virgen María, adornada con unas cuantas rosas blancas. En el patio central es fácil encontrar estudiantes reunidos en grupos, terminando los trabajos a última hora, mientras que parejas de enamorados se recuestan sobre el pasto del jardín sin vergüenza a demostrar su amor. Cuatro pabellones, uno mejor conservado que el otro, albergan a los futuros profesionales. El pabellón de la facultad de Comunicaciones no es una de las que en mejor estado se encuentre. Para subir cada piso, hay que mirar con detalle cada una de las gradas, teniendo cuidado de no tropezar con los baches, los cuales conducirían a una muerte segura. Ya en el tercer piso del pabellón -sano y salvo- te encuentras con la mitad  de alumnos fuera del aula, esperando al profesor. En el aula contigua se encuentra turno mañana. En ella, unos ya miran el reloj para salir, mientras que otros copian apresuradamente la clase de la pizarra. Te puedes asomar por el pequeño agujero de una de sus ventanas, para saludar a los compañeros conocidos.
Los de turno tarde van entrando al salón cuando ven al profesor. Todos ubicados en sus respectivos lugares, como si estuvieran en un cuartel. Curso fácil, temas comprensibles y profesor que se presta para la chacota, así pasa rápida la hora. Exámenes parciales, trabajos en grupo, exposiciones hacen más fuerte en conocimientos a cada uno de los villanos. Se alimentan de experiencia y sociabilidad. Es cierto que el ingreso a la universidad marca un antes y un después en la vida de cada persona. Al salir de clases, la oscuridad de la noche hace más temerosa la calle, por eso la mayoría sale en grupo de compañeros. Uno que otro se da tiempo para tomar un emoliente en la esquina. El paradero poco a poco se va llenando de universitarios. A lo lejos observo el micro de franjas naranjas y amarillas. Subo y en el asiento, ya más relajado, culmino un día más de vida en la Villarreal. (Joshwel Yañez Barrantes)

LIMA SIN REYES

La tenue luz que irradia el invernal cielo limeño es la fiel compañía de la rutina diaria en el corazón de la otrora Ciudad de los Reyes. Cuando voy a la universidad, como ahora, es mi acompañante también. Las calles del centro de Lima que no están en la Plaza de Armas extrañan el señorial estilo de sus épocas doradas. Es como una mala mutación, una metamorfosis que no ha tenido éxito, un intento fracasado de alienación. Mi caminata diaria para llegar a la universidad cruzando la mitad de la avenida Nicolás de Piérola, antes Colmena -sí, hasta eso han querido cambiar- algunas veces produce, y no miento, un recordaris histórico de la Lima Colonial.
Mirando aquel edificio de grandes puertas y adornadas ventanas imagino en él a una elegante “tapada” que, con su coqueta mirada, responde los galanteos de los criollos de la época. En aquella otra casa, de techo muy alto, debe estar descansando un virrey, luego de su labor colonial. En esta misma vereda que estoy pisando, cuando no existía, debió haber pasado un lujoso carruaje cruzando la ciudad.
Pero, mientras el grisáceo cielo limeño, del color de la panza de un burro, oscurece a cada minuto -¡sí, a cada minuto!- como si no soportara la presencia del día, el alboroto del lunes y el smog me recuerdan que vivo en el siglo XXI. Casi no existe la elegancia y nuestra Lima ya ha dejado de ser colonial. Aquellas casonas, finamente esculpidas, yacen abandonadas, sirviendo de asilo a un montón de palomas que no se cansan de defecar. Las antiguas calles de la colonia, cubiertas ahora por un descuidado pavimento, ya no sirven a los carruajes, sino a ticos, taxis, colectivos y un sinnúmero de chatarras móviles que día a día se convierten en los protagonistas del caos vehicular de Lima, eterno problemas de nuestra Municipalidad.
Estoy a una cuadra de la universidad. Antes de cruzar la calle, una mujer con cara de hombre pasa por delante de mí. El olor a cigarro y trago de cantina de barrio no se demoran en hacerse notar. Ella ¿o él?, dobla la esquina y entra a la casona en la que imaginé a una coqueta “tapada”. Mejor es que ya no imaginé más.
Un sereno en bicicleta se detiene a mi costado. Con un forzado aire de poderío observa celosamente a unos ambulantes que ya se van, asustados. Pienso que lo único bueno que se ha hecho por esta ciudad es querer ordenarla. Pienso también que la primera de aquella larga lista de cosas malas que se ha hecho con esta ciudad es, justamente, sólo haber querido hacerlo.
Al costado de la universidad hay una parroquia que en el interior se mantiene muy bien cuidada. Los fieles y la fe jamás morirán. Frente a ella tenemos un casino. Los vicios tampoco morirán. De noche, aunque no lo detallemos en estas letras, frente a esta parroquia tenemos prostitutas para todos los gustos. En la otra esquina funciona el centro cultural de la Universidad Federico Villarreal, mi Alma Máter, mi casa de estudios, mi centro de regocijo intelectual, mi fuente del saber.
Dos cuadras más abajo, el cine Colmena nos instruye en temas carnales con los últimos estrenos del mundo XXX. Es que las calles del centro de Lima que no están en la Plaza de Armas son producto de una mala mutación, una metamorfosis fallida, una mezcla que no ha logrado cuajar. Es un potencial producto, imaginario, que merece ser real. Que los limeños merecen que sea real. Y quizá sea porque sólo éstos, y no los turistas, lo ven, lo viven, lo soportan. O quizá porque el alcalde, o el Presidente, o un embajador, o una autoridad extranjera jamás pase por aquí. Sea lo que fuere, Lima no merece que su cielo gris  se oscurezca cada vez más.(Carlos Estacio)

LA AVENTURA DIARIA DE LLEGAR A LA UNFV

Basta decir “Baja en colmena” para empezar la aventura diaria de un alumno villarrealino. Mientras se camina por esa larga y fría calle llamada muy tradicionalmente avenida Colmena, es un requisito indispensable tener los ojos muy abiertos para que ningún amigo de lo ajeno haga de las suyas. Así se presenta el Centro de Lima, antes punto de encuentro de aristócratas y damas refinadas, y hoy convertida las 24 horas en el refugio de prostitutas y drogadictos.  Así cambió “Colmena”, así cambió el Centro de Lima y aquí se encuentra la Universidad Nacional Federico Villarreal.
Cuatro gatos jugando en los jardines, el infaltable grupo de profesores que charlan frente al busto empolvado de Haya de La Torre y el piso recién encerado son la carta de presentación del local central de la UNFV. Un lugar imponente e incluso glamoroso en un comienzo pero basta caminar por el patio central, las aulas y los pasillos para saber que no todo lo que brilla es oro.
Paredes despintadas, carpetas garabateadas y cajas de cartón convertidos en tachos de basuras. Esa es un aula villarrealina. Aulas con años de experiencia y sabiduría. Aulas donde estudiaron cientos de jóvenes dispuestos a cambiar el mundo y marcar la diferencia, pero no tardaron ni un segundo en darse cuenta que no lograrían eso.  Jóvenes que extrañan con nostalgia sus días universitarios.
Una parte primordial de la rutina villarrealina es la hora de almuerzo. Existen lugares para todos los gustos y bolsillos. Ubicado en la avenida Tacna se encuentra Tottus, lugar que recibe a una exclusiva minoría que se hace un espacio en sus bolsillos y se da el gusto de almorzar en uno de los pocos lugares que cuenta con registro de sanidad.  El término medio de los bolsillos es el comedor de la UNFV, un aula convertida en el lugar de descanso para los alumnos. El ruido ambiental es el pan de cada día y para la mayoría de los alumnos terminar su almuerzo significa el comienzo de sus clases diarias.
El jirón Cañete se ha ganado el cariño de los villarrealinos. Locales llenos de papeles, computadoras, olor a tinta y monografías sin terminar. Desde muy temprano los grupos de alumnos se reúnen con caras malhumoradas y con sueño. Saben que es solo el comienzo del día, y para la mayoría, su rutina por los próximos cinco años que les queda en la emblemática UNFV.  (María del Pilar Olivo Bustos) 

LA ENTRADA DE TODOS LOS DÍAS

Te recibe una cabeza dorada que está suspendida en el aire. Te ofrece tres caminos, todos dirigidos hacia delante. Puedes ir por el centro, la izquierda o la derecha.  Me recibe con aire funesto, me invita a saber quien es este personaje, que sin decir nada me ordena preguntarle quién es.

Pómulos saltados, seño fruncido y no se sabe si mira hacia delante o hacia abajo, porque no tiene ojos, solo están delineados.

Si decido ir por la izquierda, encontraré tres escenarios de batallas de reyes y peones, tres cuadriláteros con los puestos de combate donde se supone se sitúan los almirantes en cada cuadrante.

Estos preceden a una gran lanza de más de dos metros de altura. Son leones, pumas, semidioses, todos de piedra. Todos están en esta lanza. Se encuentra por delante de los cuadriles rodeado por diminutos bosques.

Si quiero ir por la derecha, el escenario es muy distinto y similar a la vez. Encuentro un escudo que atrapa a un ser antropomorfo, de grandes colmillos y pequeñas piernas. Tiene muchos ¿cuernos?, ¿brazos?, no se que son esas especie de tentáculos que salen de casa costado de su cabeza.

Lo que sé de él es que es un ser igual de dominante que los anteriores, está casi escondido entre ramas y se encuentra dentro de una pileta, que nunca tiene agua.

En este camino también hay tres cuadriláteros, pero situados a un costado del escudo de forma horizontal, al contrario del camino de la izquierda que los cuadriláteros están de manera vertical frente a la lanza.

Pero, si quiero ir por el camino del centro. Es un camino donde los brillos del sol no llegan como en los dos anteriores. Tampoco tiene bosques diminutos.

Es un zigzagueante piso de cuadrados, es una cueva con muchas entradas a sus lados. Tengo que rodear a la cabeza del medio, la que tiene la sabiduría tatuada en las arrugas de la frente, para poder pasar por esta caverna de techo alto, donde al final se ve una luz, la misma luz que ven los recién muertos para llegar al descanso eterno, es la misma situación que tengo, en realidad el mismo sentimiento que tengo al pasar los dos minutos que me toma atravesar la cueva.

Todo es lo que tiene aquella entrada, con dos caminos más, circundantes de una sola curva, que te llevan a estar más cerca del cielo, donde tienen un número mayor de alternativas por donde ir, pero que solo son caminos y nada más, tienes que atravesarlos para llegar al mismo destino que te llevan los caminos de la tierra. Pero no tienen emoción, no hay aventura.

Esta es la entrada aquel sitio, esta seria la entrada si tuviese siete años, pero no los tengo, ya no manifiesto mis demonios creando mundos paralelos, ya no veo las cosas como un juego, menos en este sitio.

Me recibe el busto de Víctor Haya, está esculpida en bronce. Símbolo del aprismo, del antiguo izquierdismo peruano. Todo peruano puede reconocer a Víctor Raúl Haya de la Torre, todo el que sabe quien es por lo menos. Detrás de él, hay un pasadizo, con diversas oficinas, pasadizo que al final se encuentra en el patio central.

El camino por la derecha me lleva a un segundo patio donde hay tres mesas que tienen tableros de ajedrez y se encuentra una replica de la Estela de Raymondi, aquella muestra de la cultura Chavín.

A la derecha también hay tableros de ajedrez y árboles como en el escenario anterior. Allí se encuentra el lanzón monolítico, otro emblema de la cultura Chavín. Este es el tercer patio de la Universidad

Esta es la entrada que atravieso todos los días para llegar a mis clases en la Universidad Federico Villarreal. Aunque la mayoría de ocasiones me voy por una de las dos escaleras que están a los lados del busto de Haya de la Torre, por que me parece más tranquilo ir por ahí. (Antonio Seminario Arevalo)

LA COLMENA, LA “HORRIBLE”

Bajo el brillo del sol limeño, es una “selva de cemento”. Conformado por antiguos edificios mal pintados, semáforos amarillos, fachadas descascaradas, pistas y paredes símiles a los peores y mal olientes urinarios públicos, y sin duda, un tráfico ‘de la patada’, que sumado al concierto insoportable de los claxon, aumentan más el caos. Este es el ambiente de una avenida, que décadas atrás era aristócrata, glamurosa; pero que hoy en día es una colmena de ambulantes, profesores, volanteros, universitarios, prostitutas y ‘choros’ al acecho.
Sí, hablo de la avenida Colmena, que bajo la luna no es más que lugar para prostitutas vestidas como actrices de telenovela y para ladrones encapuchados  listos para hacer de las suyas. Y no me olvido de los centros nocturnos, los populares “a sol la barra”, las apestosas cantinas, los tragamonedas y las discotecas de “ambiente”.  Esta es la realidad limeña. Y parafraseando a un autor diría que es Colmena, “la horrible”. 
Me acuerdo del último 18 de mayo de este año, era la una de la tarde. Me venía del Callao hasta la Plaza Dos de Mayo, con el apuro de querer  llegar puntual a la clase de Reportaje de TV en la Universidad Villarreal. Bajé de la combi  (que más parece ser una discoteca a ruedas por el volumen de su música) y empecé a correr. Esquivé a los volanteros que promocionan cursos  de música vernacular, lo de los “chamanes” y a los de “impotencia sexual”. Y recorrí en un minuto la última cuadra de la avenida Colonial hasta la mitad de la primera cuadra de Colmena, ahora Nicolás de Piérola.
Desde ese punto divisé mi institución. No, no es una antigua iglesia colonial. Tampoco es un sucio templo sagrado. Y mucho menos el “point” de seguidores de Haya. Es la Universidad Federico Villarreal. Una edificación barroca de color granate y crema, que no le caería mal unos ‘brochazos’ más, acompañada de una antigua iglesia y un museo subterráneo. Divisé también sus gradas símiles a las de “La Catedral” y sus rejas de parque histórico. Así como el mismo señor que grita diariamente “Zapallal-Puente Piedra” en la esquina de Cañete.
Una y cinco de la tarde. Mi corazón ya iba a ritmo de reggae y mi rostro evidenciaba la desesperación y las gotas de sudor. Subí las gradas, saqué mi carnet para que sea supervisado por el inquieto e insistente vigilante de la puerta principal. Tres segundos y adentro.
Me recibe una virgen, unos gatos y principalmente: el retrato bronceado de Haya de La Torre en plano busto. Inmediatamente fui a paso ligero por las escaleras lustradas y llego al tercer piso. Agitado, cansado logro observar a mis compañeros fuera del salón. Tranquilos, relajados, parlanchines. “El ‘profe’ aún no llega” comentó uno de ellos, luego de extenderle mi mano. Entré al salón y dejé mi mochila.
Sentí una tranquilidad completa. No sé si por la ausencia del profesor o por mi rápida llegada. Me arrepentí por un momento. Quizá porque me hubiera tomado unos minutos para comerme una ‘causita’ o ‘una papita con huevo’. Tal vez, me hubiera quedado impregnado en los titulares de los quioscos de la avenida o quizá hubiera disfrutado el arroz con pollo que comí con presura en mi casa. Así es la vida. Un caso de la vida real, diría mejor: un caso de la Villarreal. (José  Sifuentes).

sábado, 11 de junio de 2011

Cultura y libertinaje en un solo punto

En menos de cien metros: una universidad, una iglesia, un bar, un casino y decenas de mujeres que según va llegando la noche van saliendo de los interiores de las casas o van llegando con cartera en mano, acomodándose las diminutas prendas que visten y pintándose los labios de color rojo incandescente, mientras el cielo limeño se oculta y las luces de la calle se encienden una tras otra. Todas a sus posiciones. Algunas dan pasos a la derecha a la izquierda y vuelven a sus lugares, como impacientes. Otras, simplemente recostadas sobre la pared casi al frente de la puerta principal de la universidad y más arriba dos o tres damas frente a la puerta de la iglesia. Las casas con fachadas de internet y fotocopiadoras van tomando su verdadera cara. El segundo nivel de estas antiguas y descuidadas construcciones parece ser el punto comercial de estas damas en donde intercambian dinero por un momento de placer.
Después de las 6 de la tarde, así es la avenida Colmena, entre los jirones Cañete y Chancay. ¿Cómo denominarlo? ¿Polos opuestos, antónimos o extremos?   Mejor “Vidas extremas” así como ese programa de televisión, aunque más que tratar de  lugares como este, trata de personas con una vida muy difícil, quizás sea el caso de estas damas de la noche. No lo sé, ni pretendo saberlo. Quizá, en resumen, intelectualidad y cultura versus libertinaje y vida fácil.
Pero ahora, son las once de la mañana y estoy entre el jirón Cañete y la avenida La Colmena, en la esquina de la Universidad Nacional Federico Villarreal. Aunque el cielo está gris, siento un bochorno luego de caminar unas cuadras desde la Plaza Dos de Mayo. Antes de seguir me quito la casaca que me pesa como si llevara una frazada encima, mientras recuerdo que en la mañana parecía andar en polo.
De esta casa de estudio salen y entran jóvenes, unos que otros con libros en mano, o mejor dicho, fotocopias de libros. Me voy acercando a la puerta y los grupos de villarrelinos aumentan cada vez más. Unos, casi molestos, hablan de trabajos académicos. ¿Por qué será que cuando se trata de trabajos este es su estado anímico? Otro pequeño grupito pasa por mi costado. Estos sí parecen felices, lo poco que logro escuchar entre sus risas es: “Oe webón te quedaste solo con la flaca y no has hecho nada”. Arriba, sobre la puerta, la Virgen María Auxiliadora parece cuidar y guiar a los universitarios de no caer en tentaciones y vicios que la casualidad o el destino los colocó tan cerca. Pero parece que sus plegarias no llegan a la acera del frente.
Sigo caminando y voy dejando atrás a los universitarios con sus penas y sus alegrías, con sus tareas y con sus chismes. Unos pasos más y estoy frente a la Parroquia Santo Toribio. La puerta está semiabierta, me acerco un poco y entro. En pleno silencio interior, de pronto, aparece una suave voz,  la de  una monja que conversa con unos padres de familia que parecen estar afligidos. Quizás hablando de un hijo descarriado que cayó en uno de los tantos vicios de enfrente. Escucho susurros pero no entiendo de qué tratan. Universidad e iglesia; conocimiento y devoción, parecen ser complementos para una vida bien encaminada.
Ya en la esquina con Chancay giro a la derecha, cruzo la avenida y lo que vi la noche anterior ya no es más. La mayoría de las casas y establecimientos están cerrados. Ni el chifa, ni el casino están atendiendo. Aquella vieja casona amarilla y verde de donde salían y entraban mujeres de la mala vida, o quien sabe de la buena vida, también está cerrada. ¿Su trabajo solo será de turno noche? ¿La demanda, en el día, estará en otro lugar?. No lo sé. Y aunque parezca que estoy en busca de ellas, no es así. Créanme.
Llego a la esquina de Cañete con Colmena y completo el recorrido rectangular. Mi desorientación por no decidir si ir para la izquierda o cruzar con dirección a Dos de Mayo, hace creer a los jaladores de unos taxis amarillos que estoy pensando si tomar sus colectivo. Otros que están al frente de la puerta lateral de la Villarreal, me insisten tanto, que parece que me van a convencer a pesar de que no vivo en  Puente Piedra o Zapallal. Me decido por la izquierda y continúo caminando en dirección al jirón Zepita, y mientras, con un gesto digo no a un jalador, veo de reojo, solo un instante, una colilla de cigarrillo flotando en un líquido amarillo. Pretendo hacerme creer que no sé qué es, pero el significado más lógico se va formando en mi mente: una noche interminable de juerga y borrachera hace que a más de uno se le olvide dónde está el baño.
Son las dos caras de la Avenida Colmena: la del día y la de la noche. Si no fuera por los universitarios que están en ambos turnos serían totalmente opuestos. La de la derecha una vida en busca de progreso y superación; y arriba una virgen que llora cada vez que el sol se oculta, viendo transcurrir la vida bohemia, libertina y fácil de en frente, la de la izquierda.
Acelero el paso y  cerca del jirón Zepita, mientras pienso cómo escribir esta crónica, llama mi atención una mujer de aproximadamente cuarenta años. No tan alta, con el pelo color de la gaseosa cola inglesa y unos sobresalientes rollos que escapan del diminuto polo rojo que hace juego con la minifalda azul. Y si no fuese por las decenas de veces que he pasado por este lugar, esa voz, según ella, provocativa, lograría espantarme y salir corriendo. Y repito, no he venido en busca de ellas y si así fuera en este mismo instante cambiaría mi decisión. (Freddy Melo P.)