sábado, 17 de septiembre de 2011

LA TBC EN LA CIUDAD

Juan Meza es un hombre de 47 años, de contextura gruesa, alegre en todo momento, sabe sacar un chiste de cualquier tema. Padre amoroso: “mis dos hijos me dan fuerzas para seguir todos los días”. Con una sonrisa que deja ver la abertura entre sus dientes frontales. De actitud juvenil, ninguno de sus familiares pensó que dentro de su organismo se estaba formando la tuberculosis.
Soportó casi un mes la tos con flema que hasta le hacía botar sangre, cuando al fin fue al hospital: llevó dentro de un vaso de plástico su esputo. Los resultados fueron desalentadores: tuberculosis de primer esquema (conocidos también como pacientes vírgenes).El tratamiento duraría de seis a ocho meses, durante ese tiempo tendría que ingerir hasta 11 pastillas y una inyección al día. Irónicamente se puede decir que tuvo suerte, este grado de la enfermedad es leve.
Los médicos han detectado un tipo de tuberculosis resistente a los medicamentos comunes cuyo tratamiento puede durar hasta dos años, en este tiempo el paciente debe ingerir hasta 15 antibióticos al día. Conocido técnicamente como TBC del tipo MDR (multi drogo resistente). Pero hay otro tipo aún más resistente a los medicamentos es el denominado XDR (extremadamente resistente).
Actualmente en el Perú ya suman 340 contagiados por este mal extremadamente resistente. Y un total de 32.471 de pacientes por tuberculosis simple, donde el 90% se cura. Con estas cifras el Perú se ubica en segundo lugar  en América Latina de incidencia a esta enfermedad, después de Brasil.
Mal sicológico
La Tuberculosis no sólo es una enfermedad que deteriora a su víctima en forma física, sino que sicológicamente lo destruye sin piedad. El aspecto de la persona cambia totalmente. Se observa decaimiento, con el rostro demacrado y pérdida de peso. La persona jovial y alegre que era Juan se perdió en esa mirada de resignación y desánimo que refleja en la foto que me muestra: se le ve con una mascarilla blanca que previene la salida de su saliva al hablar, estornudar o toser. Está muy delgado y con los ojos rojos como si hubiese llorado durante horas.
Cuenta que incluso sus propios familiares le dieron la espalda cuando se enteraron de su enfermedad. “Mis sobrinos dejaron de visitarme. Comparto mi casa con mi cuñado y él tiene una hija de cuatro años, un día me dijo que mejor lleve el agua en una batea y me lave en el techo, la verdad me sentí mal”, manifiesta.
Trabajaba de cocinero en un restaurante ubicado en la avenida Argentina y por las noches en un puesto de caldo de gallina al paso: ayudaba a servir y lavar, “todo dinero extra es bienvenido, más aun cuando mis hijos están en el colegio”. Dejó de trabajar a causa de la TBC. Sus dos hijos son Kevin de seis años quien cursa el primero de primaria, juguetón, inquieto y amiguero; y Alex de cuatro años, más tranquilo, recién está en el nido.
Se encuentra en el quinto mes de tratamiento, el Estado le brinda mensualmente una ración de víveres nutritivos: entre arroz, frejoles, lentejas y avena. Pero eso no le alcanzaba, por eso con mascarilla y con unos guantes vende artículos de plástico en un mercado de su barrio. “No siempre vendo, pero al menos no me quedo sentado”, indica.
Su esposa, Martha Quispe, lo ayuda “le han prohibido que cargue cosas pesadas, eso puede afectar sus pulmones, pero él no hace caso”.  Ella se despierta temprano y saca a ventilar sus frazadas “la doctora me ha dicho que el ambiente tiene que estar ventilado. Además, todos sus utensilios de limpieza y comida están con una marca”.
Pero no solo Juan tuvo que asistir al hospital, también toda su familia para descartar cualquier contagio, “a buena hora que no contagié a nadie de mi familia”, comenta.
Muerte anunciada
Sara Cochachicoge de la mano a su hijo de año y medio, lo besa, acaricia su cabello. Ella fue una de las afectadas por el TBC, porque su pareja José contrajo esta enfermedad y murió. Cuenta que cuando él había salido de la cárcel, del penal San Jorge, tosía demasiado pero no iba al hospital, simplemente decía “es una simple tos”.
Ella sólo entendió del mal de su esposo: que era un tipo resistente de TBC y el tratamiento iba a durar dos años. José tenía 27 años, al parecer se contagió en la cárcel. “Yo siempre le decía que vaya a tratarse, pero no me hacía caso prefería irse con sus amigos, sólo fue unas cinco veces al hospital”. Murió hace tres meses, Sara no puede contener el llanto mientras ve la foto de su difunta pareja.
“Salió una noche con sus amigos, al día siguiente me llamó uno de ellos, me dijo que José estaba en el hospital porque había comenzado a botar sangre de la boca. Cuando llegué me dijeron que estaba muerto, que sus pulmones estaban muy deteriorados”, cuenta Sara.
José trabajaba de cobrador en una combi, quería reintegrarse a la sociedad, hacerlo por su hijo, comenta Sara. Lo cierto es que las personas infectadas no tienen un empleo, en su mayoría son despedidos para no contagiar a los demás, se sienten incapaces y ven en el transporte público una oportunidad de seguir laborando para aportar en el hogar. Pueden alquilar un vehículo y salir a realizar taxi. Pero es evidente que sus pasajeros pueden ser víctimas de la tuberculosis.
Palabras de una especialista
Esta enfermedad es muy contagiosa, basta que una persona infectada converse con otra, el virus se propaga rápidamente a través del aire, como lo indica Silvia Cosme, doctora encargada del área de tratamiento de la TBC en el hospital de San Juan de Lurigancho. Uno de los distritos de Lima con mayores índices de contagio, con 1095. “No todas las personas que vienen al tratamiento la culminan. Es por las pastillas muchas veces causan mareos y nauseas. Tiene que ser continúo, es un mal que no perdona”, afirma.
Si la enfermedad aún es leve se cura yendo durante seis meses al centro de salud, pero si este es abandonada la situación se complica. El virus se hace fuerte y se origina la MDR y la XDR. Además una persona infectada puede contagiar a 15 individuos más, pero a la segunda semana de comenzado el tratamiento la persona enferma deja de ser un foco infeccioso.
Esta enfermedad ataca sobre todo a las personas de pocos recursos, a aquellos que les cuesta quedarse en cama. “Normalmente los pacientes se cansan de estar en casa, siente que sólo son un gasto para su familia, la incapacidad los agobia. Por eso, muchos de ellos no dudan en buscar cualquier tipo de empleo provisional”, comenta la doctora.
Ella estuvo al tanto de José Huerta de quien dice “venía cuando quería, era irresponsable, al parecer no le importaba nada”. Agrega que incluso le pedía que le entregue los antibióticos para tomarlos en casa, pero eso está prohibido. “El doctor debe vigilar que el paciente tome sus medicamentos, porque si se lo llevan quien saben lo que puedan hacer, incluso venderlas”, explica.
La tuberculosis ya ha cobrado muchas vidas y está en manos del gobierno enfrentar esta terrible enfermedad. Pero también depende del cuidado personal de la salud. La tuberculosis se puede prevenir si se tiene una vida sana e higiénica y la persona con TBC puede ayudar a prevenir su propagación. Desechando inmediatamente el papel con el cual se limpió, lavándose las manos después de toser, usando la mascarilla y sobre todo continuar con el tratamiento.
Juan López ahora tiene un mejor semblante, interdiariamente se acerca al centro médico para ingerir sus pastillas. La doctora Silvia dice que es el paciente más alegre que ha tenido y también el más entregado al proceso de curación, “se ve que quiere curarse”, comenta sonriente.
La tuberculosis tiene cura. Para ello es responsabilidad del enfermo en seguir estrictamente las indicaciones del doctor, quien debe comprometerse dejar de lado la relación doctor-paciente para ser amigos. Pero también del Estado, que debe aportar un mayor presupuesto al sector de la salud. Implementar programas de prevención de la tuberculosis, informar a la sociedad la gravedad de esta enfermedad.
Kevin y Alex abrazan a su papá y Juan con lágrimas dice que fue uno de los mayores retos de su vida, el sobrellevar la enfermedad. Deja a un lado su mascarilla y coge sus plásticos para salir a vender. Camina por las polvorientas calles, “espero no haberte contagiado”, me dice sonriente. Todo un personaje, que comprendió el riesgo de este mal y ya está prácticamente curado. (Escribe: Walter Acuña Montalvo)